Holögrama
El primer disco de Holögrama, “Waves” (2014) aterrizó en la escena nacional como una auténtica rareza: un proyecto de dormitorio, a medio camino entre la psicodelia y el synth pop, realizado por un jovenzuelo de San Fernando (aunque residente en Granada) y publicado por un sello tan interesante como el norteamericano Trouble In Mind. Siendo como es la prensa de este país, poco amiga de dar palmadas en la espalda a los recién llegados, “Waves” pasó al principio con más pena que gloria, y eso a pesar de la facilidad que Cráneo Prisma (que así se hace llamar el responsable de la criatura) demostraba para tejer melodías adhesivas, para sacar petróleo de una paleta de sonidos minimalista y que tiraba de patches reconocibles. Así que tuvo que ser el boca a boca, y las ganas de tocar allá donde fuera posible (aunque no siempre acompañaran los medios), lo que terminara de poner a Holögrama en su sitio: a día de hoy los festivales se rifan a la banda, su agenda de conciertos se multiplica y los planes para grabar se amontonan en la mesa. Además, al proyecto se ha incorporado a tiempo completo el guitarrista Thylakos (que ya había participado en “Waves”), y lo que antes era escasez de medios y falta de recursos ha dado paso a un vocabulario cada vez más rico. La prueba la tienen en “Magic inside” (Knockturne, 2015), una casete grabada con ayuda de David Cordero, en la que la pareja bordeaba caminos cercanos al ambient. Y por supuesto en “Gemini”, un segundo disco que exhibe ese crecimiento del que estábamos hablando.
Así, las cuatro primeras canciones (o, como a Prisma le gusta señalar, la primera cara del disco) representan el lado más pop de la pareja: esa mezcla entre psicodelia luminosa, repetición mántrica y melodías encantadas que tan buen resultado había dado en “Waves”. Con la diferencia de que en esta ocasión los ritmos son más complejos, los sonidos utilizados son menos evidentes y las estructuras se quiebran, siempre en busca de la sorpresa. Y así, si “Teenagers” sorprende con su agresivo juego de guitarras y su teclado en tensión, “Burgundy coloured mazes” vuelve a situar a los chicos en ese territorio en el que The Velvet Underground se filtra a través de la psicodelia de los ochenta, mientras que “Interlude” muestra su cara más ambiental (y espacial) y “Last train” se revela como la pequeña joyita pop que esconde el disco. El tema de cierre, “Endless circle” (la segunda cara del disco), habla en cambio de cómo se comporta Holögrama cuando se sube a un escenario: catorce minutos de electricidad estática, letanías vocales, teclados planeadores y melodías en descomposición, que se enroscan alrededor de un ritmo motórico. Son las dos caras de “Gemini”; las dos caras de una banda que a partir de ahora sólo puede crecer y crecer.